domingo, 24 de agosto de 2008

LA BALSA DE LA MEDUSA Y OTROS POEMAS





Omar García Ramírez

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LA BALSA DE LA MEDUSA Y OTROS POEMAS by OMAR GARCIA RAMIREZ
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LA BALSA DE LA MEDUSA Y OTROS POEMAS


1


CEREMONIAS



EL BANQUETE

“La sangre era encarnación y su sello: el rojo y el horror de la sangre.”
The Masque of the Red Death
E.A. Poe



Siéntense señores, la mesa esta servida.
Han recibido los respectivos documentos
que los acreditan
como devoradores de linaje y mundo.
Las servilletas y los cubiertos refulgen
en la plata pálida.
No se preocupen por el dogo que roe una cabeza
por el mastín
que muerde nervioso una mano sucia en tierra.
Pasen ustedes señores al banquete
hay corazones y riñones
y bocas rotas que tiemblan delicadas
aleteos grises de palomas muertas.
Déjense atender por los esclavos
escanciadores de vinos aterciopelados
que fluyen
con un delicado cantar de rió sangriento.
Déjense mimar de los cocineros
oscuros en su ébano bantú
y las sirvientas claras como lunas ahusadas
de manos largas y diligentes.

Regodéense en sus eructos
en la grasa que resbala por sus mejillas sonrosadas.
Limpien y acicalen sus pelucas plateadas.
No dejen de probar los faisanes
las codornices rellenas de piñones
los cerdos ibéricos
los gatos cibelinos.
Degusten el sorbete de tuétano del tigre de la niebla
y coman quesos frescos de búfalas parturientas.
Es de mi agrado, recomendarles esas gelatinillas rosadas en copas
senos de damitas sacrificadas a la salida de un convento.
¡¡Más vino para los señores!!.......

Por favor señores, no saquen sus armas
no sus banderas
no esgriman sus pasaportes diplomáticos,
ni sus buenas intenciones de redentores
con su pequeño mapa de nuevos imperios
y su pequeño páncreas blindado en mierda.
¡No prendan fuego a las cortinas!
¡No lancen sus dorados cuchillos
contra las puertas de cedro y caoba!
¡No corten las cabezas de los saltimbanquis!
Ni pidan una bandeja de plata
para la cabeza el profeta......No, ¡por favor no!...

¡Ah!…olvidaba anunciarles
hay una señora Veneciana
con una máscara roja en la puerta.
¿Tengo vuestra graciosísima licencia
para dejarla entrar?



LA ARMAS DE GUERRA

Les he traído señores
los carros, más veloces
Los corceles más pesados.
Bestias de caras metálicas y escamas de plata que trituran una cabeza campesina
con dientes negros en sarro de carbón mineral
y la escupen ensangrentada a la orilla del camino.
Águilas de ruido mecánico
que disparan plumas de acero y silicio sobre las tierras del reino.

También he comprado para vuestras excelencias.
Soldados niños
hambrientos, como me lo pidieron.
Estaban por allí
merodeando fuera de las murallas del reino.
Les he enviado una partida de caballería
y los han molido a palo.
Los han reclutado muy obedientes y sumisos.
(Nos habíamos cansado, de la patética costumbre de alimentarlos en los portales de las catedrales, con mendrugos y bazofia, por casi trescientos años).
Cantan y marchan ahora, bajo nuestros estandartes
–famélicos cual gatos de cementerio–.
Ya saben de memoria
Los cantos necro-románticos
de las ceremonias iniciáticas en Batraxia.
Beben sangre con deleite.
Sólo piden, de vez en cuando, ser llevados a las tabernas
donde las cortesanas de la noche
que les proporcionarán unos minutos de placer
antes de la muerte o la mutilación;
ellas enredaran sobre sus cuellos
sueños pesados y enlutados
en grasa de vuelo saturnal.

Los ejércitos están dispuestos para el juego
hay cristales rotos en las catedrales
y un aire enrarecido de fuego.
El campo
el campo
el campo…
ha dejado el paso a una cosecha de ojos bermejos
y la lluvia, gris y plúmbea.
Liquida borrasca de ojos gualdos
que rompe las alas de los pájaros.

¡Ya llegan los carros!
¿No les dije que eran una maravilla?
Estos son los que se necesitan para
Caminar sobre el fango y las trochas
por donde se adentran en la selva
los sublevados y los sediciosos; los negros cimarrones.

“Ellos”, han elegido el verde afilado de las hojas
y esa niebla emboscada que no deja ver.
No queda otro remedio
que sotanear y perseguir
sobre los campos y las selvas
donde se ocultan
con mascaras de lluvia, truenos y fuego.
Solo un consejo señores:
¡Las fieras
golpean tan fuerte como lo cazadores!



MANUAL DE DIPLOMÁTICOS

Han llegado unas cortesanas de la capital.
Sí, se han instalado en la mansión
del señor embajador.

El señor embajador
les enseñará cortesía y glamour
y les meterá un poco de fuego bajo enaguas
magreo detrás de escritorios
y disciplina sobre mesas de caoba
en recintos cerrados, y bibliotecas por donde aparecen de vez en cuando hagiógrafos ilustres; enjutos caballeros que merodean por ahí
con caras de saurios diligentes.

Han llegado unas cortesanas de la capital
Acaban de hacer sus genuflexiones obligatorias y
recibido su dosis de genitalidad capitalina.
Han tomado los bebedizos de la orgía
en los altares de la concupiscencia patria.
Ya se limpian entre las piernas con la bandera de Batraxia
teñida en sangre y de águilas blasonada.
Ríen
y los espasmos en sus caras de manta-rayas
se iluminan débilmente por cirios marfileños
sobre una cubierta negra
–como en esos caprichos del pintor de Hertogenbosch–.
Han vomitado sobre el libro sagrado
cartílagos de pulpos mediterráneos
que flotan en la tinta
de una venérea sangre.

El señor embajador
ya no estará más ocupado con su caballo persa
lo dejará por un rato
para que le lustre las ancas
el siervo de las caballerizas.

Afuera hay un ruido...
¿No lo escuchan?
Sí,... un crepitar de metales martillados
ruido sordo de dragones heridos
rasgando nubes de oro liquido.
Grandes artilugios de vuelo pesado
Sueltan mercurio sobre los arrabales….


Pero la verdad es que con ese resplandor de cobre pálido
No entran en alerta.

¡¿Lo harán
cuando en las vidrieras se refleje, el bestiario definitivo?!


PALABRAS DE IMPRENTA


Tenemos
las primeras palabras.
Lo que no toque nuestra pluma
lo que no se pronuncie con nuestro sello
no existe, no vive, no pertenece al mundo.
Estará delimitado por la nada.

Desde las encuestas sobre la peste
hasta la proliferación de los maleantes en los puertos.
Desde las crónicas de la llegada de dromedarios
y dragones a las silenciosas puertas de piedra de la ciudad;
hasta la última voz que deba gritar el condenado.
Todo está aquí,
en estas imprentas de hierro, madera y cobre.
No hay voz allá afuera
solo rumores de cartón y madera podridas
de barcos atracados en el puerto
junto a una marea de ballenas agonizantes.


Nosotros, señor emperador, tenemos las últimas palabras.
Las hemos utilizado como pequeños cuchillos de sanatorio.
Como cápsulas de cianuro.
Como sillas de cuero negro
para montar en furia
apóstatas y bellas iconoclastas.
Como arcos de flechas envenenadas
que apuntan a la yugular del sol.
Rocas selenitas
pequeños fetiches para colgar
sobre el cuello de las concubinas chinas.
Esmeraldas trémulas en la sangre de los cerdos bubónicos.
Huesitos rotos, tabla negra
sobre la que se describen
en su azar calcáreo y mántico,
las voluntades de los primordiales.

Así que, no se preocupen señores de la nobleza,
nuestras opiniones son oráculos
que expresan la voluntad del imperio,
y nunca dejaremos filtrar la resaca turbia y vociferante
de los poetas y los filibusteros.

Debemos señores, cantar
sobre el inmaculado papel de los códices.
“Ellos” no saben.
“Ellos” no entienden.
“Ellos” deberán obedecer,
porque también
hemos utilizado las palabras como grillos
Como torniquetes, como púas,
zinc caliente sobre cabezas de sufíes ashasins.
Dientes de tiburón sobre el cuello
de las condesas de Mauritania
maestría de negreros
que no deja aflorar el calcio de los huesos.
Sangre en bocanadas de silencio,
sobre un bosque hambriento
Solo hojas negras
hojas negras solo
hojas solo negras.

Señores, quería mencionarles...,
al rebelde que estaba jugando con pasquines
lo hemos triturado en la prensa xilográfica.
No quedo con hueso entero.....
Tatuamos en su frente
la palabra:
“Libertad”.


LAS TENTACIONES DE SAN ANTONIO


La ciudad se incendia,
la ciudad se quema.
Se inunda
en su esperma de cerdos rosados,
baba aftosa; vacas de cornamenta dorada.

Arriba,
embadurnados cielos
en donde una barca gigantesca se bambolea,
plateados peces salmonean dentro de redes metálicas,
hilos manejados hábilmente por lemures,
gnomos gruesos y cebados
que tratan de pescar nubes,
aguas venenosas y estancadas allá arriba,
mientras a lo lejos…
La ciudad se incendia,
la ciudad se quema.

Aquí
en mi retiro
en medio de esta soledad,
en donde el ojo no debe percibir,
el tacto no debe palpar,
el gusto no debe degustar,
porque la deliciosa fruta es ponzoñoso manjar
y el agua de la bella samaritana
que viene hacia mí con sus senos desnudos
puede ser ardorosa arena, dama blanca
en mi nariz y mi pecho.

Por esto me entrego a rudos ejercicios lunares
y deambulo este callejón del silencio.
No me seducen los poderosos con sus viandas,
sus doncellas de España,
ni sus joyas orientales.

Desde aquí canto
para desaparecer antes que ellos,
los que estarán siempre apagando incendios,
lo necrófagos preparando sus manjares,
reparando los rotos huesos después de sus batallas,
soportando sus traiciones y sus pestes de heno,
lavando sus vestidos purpurinos después de las orgías
cerca al lago
en donde los cisnes tienen
cabezas de tigre...


Mientras...A lo lejos,
bajo el cobre líquido y el mercurio denso...
Sus ciudades se incendian.
Sus ciudades se queman.





CIRROSISMISTICA
(El Sacrificio)

Se lo dije, señor conde.
Que no le dejara salir,
Sí, al poeta...
Al que va pregonando que la vía Láctea
es como una vaca con la ubre llena de soles.
Al que dice que el roció es un beso de lluvia.
Ayer le encontraron tirado en la vía
protegido tan solo por un abrigo viejo.
Borracho.
Me recomendó que le dijese a usted, que gracias por la habitación y la comida
que por favor no tratase entender sus libros
por que a pesar de estar dedicados a usted, en agradecimiento
estaban dirigidos
a otra raza, a otro mundo
que no era este.
Que estaba allá en el tiempo
arriba, cercano a la vía láctea.
Eso me dijo.
Yo le pregunté si era un fantasma
pues no debía; no estaría....
Poco después (ahora me confundo con el tiempo)
se lo llevaron los guardas del pontífice
ya usted conoce lo del brazo secular,
la prisión, la hoguera.

Por último me recomendó que no olvidara.
Que por su parte, él no olvidaría.
La escala.
El átomo.
El silencio.
La lluvia
La fachada del castillo que se derrumba.
El sol que besa el rostro de los prisioneros
cuando son liberados en la muerte.
Las manos de los pescadores a las orillas de los mares.
La sonrisa de los taberneros.
Las canciones de los juglares.
Y el silencioso prado sembrado de flores
donde retornaremos algún día.

Pero no se aflija señor:
¿Cómo se puede quemar un asteroide
iluminado en fuego
con un manojo de paja y leña seca?



2


PARAJES PELIGROSOS



SOBREVIVIENTES


I

...Podría decir que son las normas las que se deben observar
para continuar sobre la acera en medio de la tarde gris, con ese equilibrio elegante que te ha hecho llegar hasta las escalinatas del templo dorado.
Sólo tienes que apreciar el tiempo,
el hielo, el chubasco.
La linealidad del día, los grados del fuego.
Deja que tu cara oculta se trasforme
en una mueca mortal casi liviana.
No lleves siempre la misma careta
el mismo corazón,
Procura tener otra sonrisa de repuesto,
callar mucho.
Hablar poco.
Veranear en los días aceptados por el común de los mortales dentro de esa escafandra celeste
que no te queda bien.
No participes, no opines, solo:……
–Las galletitas están bien, también el café, pero con un poco de azúcar,
por favor–.
Mira como aprecian tu discreción de buena persona.
En los periódicos las letras bailan sobre un titular
y se fugan sobre esa ventana de papel que promete libertad;
de nuevo la confianza en ellos viene.
(No es una cosa sagrada y benévola la confianza. Puede ser tu propia trampa).
Bebe mucho y canta las tonadas de tu tierra
y baila
hasta caer de cara hacia la luna
hasta sentir el azul abismal de la noche
cubriendo tu cuerpo.

II

El espejo te dirá unas cuantas cosas.
El espejo te molestará con su rostro abatido y quebrado.
Sonreirá para ti, y para ti hará desaparecer un cuenco roto,
en mitad de tu frente.
Cuídate del espejo como de la inspiración, como dijo el poeta aquel.
Cuídate de tus obras –cuervos de tinta negra
que pueden arrancarte los ojos–


III
En las calles el sol calienta sin dar tregua;
sobre animalitos amarillos; sobre adolescentes que salen de vacaciones
con sed de besos en la piel.
Señoras con sombreros que dibujan sombras azules y frescas sobre sus pulidas y nacaradas narices.
En las azoteas, el sol te delatará durante el verano.
Será en el verano
cuando estarás más expuesto a ser un viva imagen de tu sombra.
IV

¿Hasta dónde estas dispuesto a seguir?
¿Hasta dónde estas dispuesto a caminar?
¿Por qué ilusión o sueño estas dispuesto a enajenarte?
¿Desde qué altura estas dispuesto lanzarte?
¿Dónde el sueño que te salve?
Recuerda la sentencia del poeta.

Entonces, asecha, muerde, roe, ese pedazo de pan seco del tiempo, y espera...
cúbrete con ese precario saco azul que nunca te abandona....
Espera.
Fúmate un cigarro blanco bajo un calendario de sequía
El camino es largo...
Una estrella realzará tu voz.
No desfallezcas, viene en camino
ígnica, veloz,
con el rumbo por ti esperado.
Hacia tu casa....
¡Mantén la ventana abierta!
Y luego...

V

Escribir sobre tabletas de arcilla
Mientras goteaba la sangre de un buey de piedra.
Escribir sobre el árbol talado
sobre la piedra viva, que convulsionaba con soles minerales.
Escribir a sílice templado en el fuego de la arena.
Escribir sobre códices iluminados con el oro de los vencidos….
Manual de sobrevivientes
redacta esta guía de marinos sin horizonte
sin puerto,
sin alameda.
Manual de sobrevivientes agazapados detrás de una palabra-cerbatana,
una palabra-yaguaré,
palabra de cactus.
Una voz de máscara antigua.
Escribir
dentro de las columnas de la luz
casi hasta quemarte.
Deja que tu mano te guié,
deja que tu mano te salve,
sigue su gesto y su canto de geometría nerviosa,
que ella te muestre ese camino
ese mundo, ese paraíso a donde ir
después del diluvio.
¡Una piel! si, al menos una piel!..,
una mirada...
¡al menos una mirada!
Resistir, resistir, resistir…
¡No hay otra melodía más que el cañoneo brutal de esta guerra!

Manual de sobrevivientes
Con los dientes apretados
¿Viste como apalearon a tu hermano?
¿Ves como mutilan tus sueños y destruyen tu casa?

Manual de sobrevivientes
¡Ah! ¡No pasará mucho tiempo
y no estará lejano el día
en que perdamos las correctas maneras
y las buenas costumbres
dejemos de hablar en voz baja….

y nuestras manos enarbolen una bandera negra!…..
¡¿Entonces, de qué nos servirá este recetario?!



ESTADOS ALTERADOS

“Vivía solo en el aposento guarnecido de una serie de espejos mágicos.
Ensayaba antes de la entrevista con algún enemigo, una sonrisa falsa.”
El talismán
(Las formas del fuego)
José Antonio Ramos Sucre


“Machos que se quiebran en un corte ritual, la cabeza hundida entre los hombros,
la jeta hinchada de palabras soeces.

Hembras con las ancas nerviosas, un poquitito de espuma en las axilas, y los ojos demasiado aceitados.”
Milonga
(Veinte poemas para ser leídos en el tranvía)
Oliverio Girondo




I

(La Ventana)

El sol suspendido de un hilo de cobre
–orfebrería de luz–.
La ventana sesgada por un gris de mugre canicular
enmarca la silla que se mueve al compás de
un mayo
que pareciera abrir la rosa negra de la tierra.

Si se comienza el lunes con un aditivo
vegetal en la neurona
que agita su filamento eléctrico hasta el hueso
se puede aguzar el oído
afinar la piel de la espera.

La cofradía de la mañana
sale en búsqueda del sustento material
dentro del velo Maya se agita la comparsa.
Un grito en la calle de la locura
el hombre que vende un perro de fuego
el lotero que rifa un paraíso de números y dígitos
el viandero que sacia el hambre con dos tubérculos grises
–charcutería de asno viejo y salsa de tomate–.

El sol pende en lo alto, ángel de dorada diadema
no le altera a su girar de bronce, ni a su silencio de llama oxidada
la algarabía de los ruleteros
ni la risa de la muchacha pálida
que acaricia alegre a un fantasma con cara de dragón o camionero.
Los estados alterados están allí…
Mira la otra acera. Mira el barullo
el caer de la señora digna en su traje negro
el policía de la línea caliza, más tranquilo que inquieto
aprueba la jugada maestra de los maleantes de la tarde
sus quehaceres, sus entuertos.
Esta locura, que el sol contempla sin tambalearse
sin moverse, con la rosa amarga del fuego apretada en la boca.

Esta es la postal...
Detrás de ella, hay un cadáver
pesado y podrido, que envenena el aire de la tarde.

Suspendido sobre la ventana
fijo el hombre a su silla.
barba rala, mirada seca.
Quinto piso sobre el boulevard del verano
mientras abajo por la calle principal
asciende lentamente
la Carreta del Heno.


II
(La Barra)


Vino la mujer a ver la obra del pintor, se encontró que no hacia juego con los muebles.
Demasiado oscura
un poco rara y esa mujer que grita
y ese color negro al fondo, de donde brota una criatura alada, nigromante enano.
Cerveza helada que rueda, del barril a los gaznates.
La cadera de una poetisa rolliza se cimbrea mientras departe con un amargo sibarita
que con sus ojos rojos, puestos al fondo de la música
fuma sin tiempo y sin medida, del cigarrillo crudo.
Los partisanos de la bohemia
gastan sus denario rotos
y el gato del diablo se pasea por las calles
haciéndose perseguir de los perros bajo la luna cómplice.
Las damas que han salido de una reciente alquimia de afeites y polvos vienen a reunirse a la barra
sacan ventaja oportuna de la necesidad de sexo.
Algún desesperado suicida
aplazará su ultima hora, por el orgasmo jadeante del animal urbano.

Brilla la música de viejos maestros, y, escritores de poco oficio harán gala de sus dotes frente a jóvenes novicias
magos ilustrados que intentan sacar la piedra de la locura
esgrimiendo algunos textos, ciertos jeroglíficos llameantes…

¿Pero qué hacer?
Es este, el único teatro
en donde no se exigen papeles de memoria
sólo: sangre, sudor, sexo
y alcohol...
alcohol...
alcohol…
¡Hasta los limites de la amnesia, en el extraño lago del silencio!

III
(Alcoba de Hotel)


La dama posa su abrigo sobre la mesa de noche.
(No era tan joven como pensó al principio).
El hombre fuma un tabaco
–planta de nervadura rizada–
cerca de la lámpara de luz amarilla.
Bebe una botella de anís seco.
En su pupila se refleja un espejo ordinario
que le devuelve una figura distorsionada y líquida en el bordado rojo de la alfombra.
Ella muestra ahora su piel blanca, triste
y su pecho por donde rodaron ciegos en el armiño de la piel,
sueños de pasión.
La luna adosada al dintel, arde; papel de plata, donde se quema la heroína.
Mira sin mirar
dejando que la gasa de una nube negra
le limpie las pestañas.
La flor que debe perecer cada noche, para que el extranjero pueda regresar más desnudo a su verdad incierta…
La flor que debe estallar con su vestido de neón
atomizada en lluvia helada
bajo el alero de un hostal.
El alcohol hierve sobre la piel, adentro la sangre quema.
Y ya, entrelazados,
en el rictus de un agonizar en rojo y amarillo
la pareja se estremece
confundiendo los fluidos de la soledad.
En la radio, un músico de jazz
suelta una melodía que sirve de frazada a la madrugada.
La mancillada cuidad trata de dormir
dentro de los pasadizos de la noche en llamas.
Ocasionales amantes
flotan sobre la profundidad de un rió que huye hacia la nada.

Odiaran la madrugada…

Se mirarán en el espejo...

No
recordarán sus caras.



PARAJES PELIGROSOS

I

Y le dije a Blue cocotte:
¿Puedes sentir la cortina del fuego que limita
la realidad del sueño, de la piel nocturna
naranja de cerúlea textura
que rueda por la calles de la ciudad sitiada?
Amargo licor de la noche, de los parajes extraños.

No se por qué razón mi gabardina
se prendó de la noche,
de la melena negra que abanicó el viento
que mordía el corazón del caballo pesado.
La búsqueda a pulmón seco, en el verano pasado
donde el agua suspendida era un rió de alcoholes livianos
que transcurría bordeando
las esquinas de los parajes sumergidos;
luces heladas tras la iridiscencia turbia de los solsticios.

La sangre corría generosa.
La vida era más pequeña –marioneta mansa en manos de una cofradía de titiriteros locos–
mientras la murga se reía como en la canción de “Las Cuarenta”.

Mi vida trastabillo por calles pesadas de parajes peligrosos
donde las mascaras
quebradas sobre el pavimento, parecían restos de una trouppe de circo de pueblo.
Ahora….
Los pasos de los últimos poetas que deambulan por los puertos,
iluminadores de pancartas de utopía
domeñadores de fuegos licenciosos
recorriendo sonámbulos parques
en busca de la vampira empolvada y de negro vestida.

Sórdida y leve melodía portuaria de los parajes peligrosos.

La vida resumida en un momento;
(dos marinos que bailan en el lupanar del puerto
acompañados por tristes mujeres, vestidas de seda y ajenjo).
La soledad afuera, tolda oscura donde la función
no tiene más espectadores que un par de gatos bajo las estrellas.


II

Los parajes solitarios
siempre estuvieron alquitranados en las trampas del humo
lonas de un velero que se negaba a partir del puerto criminal.
Los beodos rubios se ajaron mordiendo las boquillas nacaradas y detrás de la belleza
se escondía la sífilis y la locura.
Sé, de ilustres que brillaron con luz propia dentro de estas cartografías suburbanas.
Rápidos con el puñal, certeros con la pistola.
Los parajes secretos de la muerte
solo birlados por las almas de los oscuros.
Los sagitarios negros
que buscan la sangre de la estrella en el pañuelo
o la redención en los altares de una diosa despiadada.


III

A quien no encontró puesto en la fotografía;
A quien no encontró acomodo en la cordura del sillón
y el comedor con frutas de porcelana;
A quien no pudo encender el auto en la mañana
con el reloj adosado a su nuca
– marcapasos de mecánico sonido–;
los parajes peligrosos le tenían reservado
un callejón y una sombra.
Solo les quedo la encrucijada de los extramuros.
El que no calificó en la farsa y no fue a reclamar su plato de lentejas en la manifestación del gremio,
ni agitó sus palmas y no asistió a la fiesta de banquete
por el ascenso del oficinista de turno.
Todos los que no encendieron su velita;
los que no se pudieron asomar a la ventanita de los altares románticos
van de tumbo en tumbo, esquina a esquina
contra el cuadrilátero de la noche
rompiendo
una botella turbia contra el frio.
Todos los que no calificaron en las encuestas.
Los descreídos del púlpito de la mentira.
Los no aplicados de lameculos del altísimo sátrapa
se vieron señalados con una hisopo de ácido.

“No esperaré templanza ni caridad de nadie”

se dijeron.

Solos, ejecutando caligrafías de sombras chinescas
–joven delincuente acorralado–
en sus manos temblorosas:
la rosa húmeda de los jardines públicos.
En la boca, seca en frío:
el beso amargo de los parajes peligrosos.


IV

Tus ojos, brillo de cuervos de hielo
Tus ojos, borrasca lunar, resfriado fuego de octubre.
Condición mercenaria del amor mutilado.
¡Más, cuanta redención de leche fresca en tus senos de madre joven!
Toma mi ofrenda
muchacha de la piel lavada por el sereno
con aroma de crack en la garganta.
Míra como se revela con generosidad en la penumbra.
Lame el cetro del paria;
caballo sobre el que galopa la algarabía alegré del condenado.
animal que se añora calvo y seco,
todo arteria y nervio
rompiendo a la mina francesa entre las piernas.
Cimbreante caballo escapado de las trincheras
trepando a tu montecito negro cimarrón.
Acude a tu estuche como quien va de fiesta;
guerra en alarido, en jadeo de aguardiente.

Tus ojos negros licaona de la noche
y tus cabellos tintos en la miel de los murciélagos
–abrigo del animal nocturno–
Baltusiana hereje de mi catre oxidado.
Cierra la ventana de la pensión
que el humo llene de puntitos rojos nuestras caras.
Hagamos el amor a oscuras
iluminados por nuestras
fosforescentes pieles de anguilas eléctricas.




EN UNA CIUDAD



Como en una ciudad
donde los poetas bohemios
saliesen a comprar mandarinas y manzanas
después de la borrachera
con el sol rompiendo tímidamente el frío del invierno
fumándosen el último cigarrillo del gabán negro.
Con sus bufandas
sobre los cuellos calientes y sudorosos de caballos
empapados en bruma…
Él piensa en despedirse para siempre de la noche
la de labios rojos de pinturas acrílicas y fosforescentes
medias negras de seda china,
falda de Bangla Desh y pequeño tatuaje sobre el lomo
elástico de la perra asiria.

Pensando en olvidarse para siempre de la noche, esta el hombre...
“Así se mueve este corazón
sin paisaje ni background.
Solo la tela roja de una bufanda que rueda sobre los senos de una poetisa eslava con pequeñas heridas en las pantorrillas. Una poetiza que gritaba como Lilith el día de su acoplamiento con Adan kadmón, bajo el árbol de la ciencia.
Una poetisa que venía de la última manifestación contra la globalización en Viena”.

Así, entre esa nomenclatura de nombres ibéricos, o garitos caribeños... huyendo desde el puerto de Nueva York,
hasta los burdeles de Ámsterdam. Así va entre el extraño tumulto que brota de los tunnelvannags, de los subways de los metros y garés de la babilonia terrestre.

Como si en las ciudades
de ojos rojos, ojeras azules y alientos de tabaco, estuviesen escritos
los símbolos de una revelación mesiánica.

Así va ese hombre.
Escribe y trata decir algo que conmueva su lucidez
y la invite a sentarse en el sillón turco de una placidez elemental.
Algo que cause pánico o risa…
Pero lo único que consigue es
aterrarse ante el famélico espejo de sus noches
rayar sobre la pizarra de su alma símbolos de yeso y nieve
soltar chistes crueles sobre la condición del exilio
y fumar, como fuman los condenados a muerte.
De vez en cuando saca de su chistera un conejo rojo y lo prepara a las finas hiervas… Un sabor que le deja una risa saltarina en el estomago.

¿Qué buscaba en las palabras ese hombre, desde niño?
¿Qué mito de papel le asaltó y le enfermó?
Él, se aplicó con puntualidad, su dosis de fe y de locura
inoculado con el poema venenoso
como una pequeña hidra de brazos metálicos
que se retorcía en sus neuronas
recorrió los puertos
y las calles
cercanas a los templos de Afrodíta.
Y profanó las criptas de los adoradores de Lilith.
Sabe, que en su cabeza baila un demonio.
Que en su corazón
la danza será a muerte, que no podrá escapar de la noche
a no ser
que se refugie en el asilo
en donde irán a visitarle y a llevarle arenosos chocolates de Estambul flacos ladrones con caras de camellos paranoicos.
Que en su pecho, el humo del cigarro en la madrugada irritará sus palabras
resecará la prosa del palimpsesto, y enanitos de barro cuarteado
danzarán ruidosamente sobre sus cuartillas...
Que ese otro rostro
de muchacha ligera tomando café y comiendo manzanas será
tan solo una imagen más
ajada postal del extranjero
callejuela empedrada....
Piedra negra, sobre piedra blanca
casas antiguas, sin puertas ni ventanas
y vías que no conducen a ningún lado. Territorio vedado de la muerte.

Las cartas que envío, no obtuvieron respuesta...
Seguramente se perdieron
En las compuertas de los aviones o en los pasillos azules
por donde transcurren
somnolientos y salitrosos los burócratas de los correos.


Sabe que no puede mirar atrás.
Que nunca podrá regresar.
Que nunca podrá despertar del sueño de las ciudades agonizantes.

Ahora esta metido en su madriguera
la luz acuchilla los cristales sucios
con las cagadas de las moscas.
Sobre la mesa
de madera y metal,
la dosis...
El torniquete de caucho estrangula un brazo herido.
La jeringa penetra la vena dejando un rió de volcán caliente en la piel...
Ya, la felicidad helada con su beso boreal
la pared en blanco, el nudo del zapato
la mancha de la manzana transgénica
que se desdobla…
mariposa vegetal
contra una cortina raída
sobre la que se empantana la mañana de Madrid.

El zen de la heroína es una forma elástica de la muerte.
Detrás de la cortina...
afuera, en la calle...
la ciudad aúlla
como zorra herida
desangrándose en la trampa.



GRANDE Y OBLICUA LA CORAZONADA

“El carácter de la batalla...es la matanza, y su precio es la sangre."
Clausewitz


Grande y oblicua la corazonada,
flecha de basalto que se encarna
sobre la floreciente plenitud del silencio.
Cuchillada de ceniza
en la cara de una ciudad que se va diluyendo
adentro, en su bruma de invierno.
Solo queda la huella de la mano que arañaba contra el cristal empañado
la herida negra que no duele
adentro si, y abajo…un poco de frío
en el prepucio del alma.
Las criaturas de la madrugada
desfilan envueltas en sus atuendos de lanas protectoras
bufandas de crisálidas nerviosas.
Sus sonrisas…
escaparates
de dentistas en invierno.
Así congeladas las manos
dormido el arbolito
como si un hielo druida congelara el corazón,
las dos bolas, el tuétano.
Alguien dijo que estábamos en guerra... ¿Desde cuando?
¿Ya no se firmó un armisticio?... ¡Ah! es otra guerra...
Es otra señal...
(A cada uno un poco de dolor, un poco de arena, un poco de sangre).

–“Era un veneno de polvo rojizo en las trincheras...Yo recuerdo,... Me parece recordar” –, dijo el viejo asomándose detrás de la oreja mutilada, brotando como espectro desde una ventana parietal, casi olvidada.
–“Yo recuerdo....El veneno rojizo de las trincheras revolviéndose contra la sangre,
el pesado casco perforado y el muchacho loco que corría
detrás de los caballos eléctricos,
sobre unas alambradas de metal negro...
Solo teníamos ripio de café y pan negro....
Yo no sé, si fue primero ese muerto, al que recuerdo...”–.

(¡Mira mi cara de antropófago con un garrote en mano!
¡Mi cara de sacerdote tatuada en achiote y un corazón humeante entre mis dientes!)

Alguien dice: “Estamos en guerra...”
De una espada,
de un escudo de luna se derrumba una cabeza
que da vueltas sobre el lomo dorado de la bestia.
Desde un caballo de madera,
unos barcos con velas incendiadas
y guerreros con cascos de bronce
y penachos de crines de caballos negros.
Viene su grito.

Luego, siglos más tarde,
El grito y la herida venían de otras latitudes,
fueron traídos en barcos...
Si, en barquitos de maderas mediterráneas que no se hundieron por que eran conducidos por buenos y valientes marineros.
Hasta estas tierras, después del sable y el arcabuz,
llegó el cañón y la metralla.
Muchas calaveras de niños indios, así dormidos como fetos
como si guardasen flores disecadas de los andes...
Con sus cabellos negros, lacios y brillantes
y mandíbulas de comedores de maíz y de guatín.
Así desde la orilla del barro genésico, hasta el ánfora de dureza musical
se sigue la pista de esta guerra. Su caminito de no me olvides.
Su cosecha de vasijas de barro con huesos apretados.
Que ya venía la muy ingrata, que tenía amores en la lejana Europa, y ya eran muchos los degollados y se hacían invasiones y luego grandes homenajes con lanzas de Breda y vino españoles.
Luego cambió de carruaje y le dio por volar (una barca empotrada en el lomo de la gran sardina) y en dejar caer bombas...
Bombas que caían sobre caballos grises
fantasmas de niñas que alumbraban con una vela temblorosa
entre los subterráneos y las ruinas.
–La mujer se arranca los cabellos de dolor,
una mano amputada arácnea sobre el barro–.

(¡Mira mi cara de justiciero, con arma de metal caliente cruzando el pecho.
¡¿Acaso, todas esas grandes marchas de la historia, no terminaron en esto?!)
Así de papel, de plano; fotocopiada, así como de conferencia de Clausewitz y Sun-Tzu... Así como impresa en los periódicos grises, literatura técnica, filosófica y política del horror que se imprime, sobre la memoria de cera ensangrentada de la humanidad. En cromáticas gestas, en libros de aventuras y batallas memorables, de generales heroicos y soldados resueltos, parece natural…
(¡Oh¡ ¡nuestra infancia heroica, nuestros sueños de justicia y luz!)

–La ve uno pasar. A uno le entran ganas de salirle adelante, al paso.
Pero sigue derecho y tritura si uno no se mueve.
Ella si se mueve, pero sin piernas, sobre muletas; acompañada de un mendigo sobre una silla con ruedas de oruga, y de su gigantesco culo florece una trompeta de cobre oxidado–.

Así en películas en blanco y negro; murmullo de cafetería o de taberna, la apreciación de un director, por un grupo de jóvenes que hablan de la matanza de celuloide, en cenáculo de su cine-club.

Pero ya está en la calle, tocándote los huesos
ya mordiéndote en el paseo del fuego
ya mirándote con ojos de carbones negros que brillan bajo el frío de la lluvia.

La ultima perra sarnoso de la época;
ella, la guerra, viene dando plomo
prendiendo fuego y aullando
bebiendo sangre en grandes dosis y con reverberación
de fanática-frenética-lunática.

La viciosa dentro
muy adentro del plasma
como una maromera de la sangre
que se hace invitar a la fiesta del circo
y luego saca su facón.
La rompe-vísceras
la muy rompe-corazones
la muy innoble, la muy cerda
la meretriz emperatriz
la muy indigna
y
lujuriosa guerra.



MONOLOGO de PEDRO NOIRE


Pedro Noire, era poeta. Poeta underground y de vocación periférica. Había abandonado las pretensiones literarias en aras de la utopía. Conoció el exilio gris de una generación deconocida y estaba de regreso, como en el tango de Gardel. Al expresarse, no perdía las formas literarias y poéticas que improvisaba con acompasado sentimiento desgarrado. Por eso, lo reseño en este libro. Por eso, quedará en estas líneas, como uno más de los de su generación. Que de cierta manera, es también la nuestra.


Entonces dijo Noire, bebiendo de la botella de vino peleón;
encendiendo su cigarrillo:

“...A nuestra generación
No le pusieron nombres.
Nos bautizaron en la pileta dura de los días
Con agua turbia
(cemento y lodo, ceniza y agua- sangre)
bajo un sol templado al rojo vivo.

A mi generación
no la nombraron. La marcaron
la reseñaron
la persiguieron entre los socavones y las alcantarillas
fue puesta manos arriba
contra las consignas de los extramuros
donde se desconchaban
antiguos carteles de circos.

En las inmolaciones
de guerreros obnubilados por un sueño justiciero.
En las quemas de algunos corazones puros
apareció uno que otro par de ojos
irritados bajo el humo.
Palomas degolladas
contra un cielo viejo-añil
se ahogaban:
espasmos blancos
bajo el hollín de una gloria pútrida y grasa.


En las dunas del desierto
quedaron varados
los arados inútiles de nuestra generación.
En las trochas y en la manigua
contra las cortezas de los árboles
arañados por los cuchillos
los nombres sin rostro de mi generación.

Fue señalada en los periódicos de las grandes familias.
A mi generación le dieron duro abajo
estuvo adentro en el infighting
contra las cuerdas
con la mirada nublada de un boxeador
a punto de caer noqueado bajo las bombillas y el aire pesado de la nicotina
(alarido de borrachos empapados en alcohol).

Le cruzaron de silencio la sonrisa.
–Una mordaza de púas de alambre–
*<*<*<*<*<*<*<*<*<*<*<*<*
Los que tenían como, eludían la censura colocando poemas-panfletos en la red.
(Pegue aquí. @ hipervínculo con revista de poesía.)
Resistencia espectral dentro de la telaraña.
Sin embargo Aprendimos a bailar bajo la noche sangrienta.
A danzar sobre la cuerda floja.

Los viajes fuera de la geografía patria se hicieron costumbres obligadas.
Postales sin señas. Sellos de exilio. Abrazos sin retorno.
Clochards del sueño, vagamundos de la noche abarrotada de fantasmas...
De vez en cuando regresábamos. No, nos esperaba una gran fiesta o una gran celebración....
Pero aprendimos a sacarle brillo a la cara oculta de la luna
con aserrín quemado, con pólvora y azufre, cal triturada de huesos inspirados viento condensado en una bohemia que nunca terminaba con el sol.
A pulso las pocas obras que dejamos a otra generación que vendrá más decidida.
Este país no necesita de las nuestras las de “ellos” – los de la nomenclatura de la infamia– están bien representadas sus andamiajes no han fallado y las puertas de sus castillos han resistido bien a la peste.
En sus revistillas intelectuales de buenos papeles y gramajes pesados aparecieron las disertaciones del filósofo de moda, uno que otro humorista esgrimía su pudín de sangre y estiércol para hacer reír al respetable.

Nosotros los de la pulp.
Nosotros los del papel amarillo, nosotros los del zamizdat, el comic, el tebeo negro, el fotocópielo y páselo. nosotros los del rostro tallado en madera de sueños y derrotas. Hambre grande de libertad…
Regresaremos en nuestro propio Anábasis –“…un gran principio de violencia regía nuestras costumbres…”– Lavaremos nuestras heridas en el agua del silencio.
Como te decía No, nos esperó nadie en la estación.
A la llegada nadie nos dijo: –“¿Qué tal, cómo te fue?” –. A los entierros iban los acreedores como buitres detrás de los restos detrás de la viudas, detrás de la cosechita de sueños. Utopía en liquidación.
Nosotros los enlutados del fuego. Nosotros los profesores de niños de barriada.
Nosotros los talleristas de la palabra dura, la que no dejaba hueso sano, la repartida sin copyright.
La sobandera, la soñadora.
La palabra enjambre, la palabra parra, vino peleón, aguardiente de taberna.

Sabemos que regresaremos de otra forma. En otro sueño.
Sé que al final en este país siempre han escrito la historia que les ha convenido.
Desde los pactos en soleados Benidorm con ancianos españoles e ingleses, dorados y traslucidos en las tardes de un verano en los cincuenta – aéreas momias contra un sol mediterráneo–; hasta los acuerdos recién firmados sobre manteles de Holanda y los scochts en alto, repartiendo el corazón de un país que se desangra. Mapas de guerra, lluvia de fuego rocío de veneno ayudas del imperio.
Nos toco estar a la sombra, oscuros héroes de las sagas de papel esperando el salto mortal, golpe duro sobre la testa del maleante de cuello blanco.
Por eso, no pregunten: ¿Dónde estábamos cuando ocurrió aquello, o esto? nosotros simplemente no estábamos o estábamos dentro con el agua hasta el gaznate.
El barco ebrio se había hundido con nuestros corazones y el gran diluvio había desteñido las cuartillas arrasado los sembrados.

Nosotros no dejamos obras,… dejamos leyendas.
Nosotros no dejamos palabras,… dejamos besos.
Un prontuario de sueños perdidos.
Y sobre todo una manera diferente de cantar
nictálopes del sueño bajo la luna de las ciudades sitiadas por el fuego… ”.

Pedro Noire, desaparecía detrás de la capa de humo de tabaco rudo, y se servia otro trago de vino.



MARINERO EN LA PIEDRA

Animal de piedra me miro.
Animal de piedra me mira
desde un espejo rayado
por la luz de una mañana porteña.

Agua fría dentro de las manos.
Áspera la barba, dura la sonrisa.

En el espejo de la pensión
veo al viejo animal de piedra
que acaba de bajar del insomnio
de la piel de mulata de treinta dólares.
Sudor, escozor y cigarrillo muerto.

Mi piel es blanca como vientre de tiburón
y la barba de algunos días
parece la piel de un burro andaluz.
Mis ojos inyectados de un sueño
de albatros adicto a la ergotina
miran desde la plata vieja, la caída.
.
La casaca azul raída y la camisa amarilla de
blanco hueso, que cubre la coraza donde duerme un corazón de piedra
y afuera, ese cielo que espera como una red tendida
sobre una presa, en la ciudad sitiada.

La casera me dice que es el último día…
Como si se fuera acabar el mundo
como si el barco fuera a zarpar
como si el marinero no tuviera negro el corazón
curtido de tanto partir sin horizonte.
Ayer estuvo
una mulata de Abisinia entre mis sabanas
le di lo último que me quedaba
y ella me regaló, lo único que podía regalarme.
Así que le quede debiendo a la casera.

Un derrier azul, unos senos grandes y pesados
De manatí preñado
mamé como un torpe crío de los manglares
hasta sentir el estertor en medio de la nada.
Es lo que recuerdo
y luego su cara sin una sonrisa
sin ganas de imitar la alegría del animal recompensado.
Me estoy haciendo viejo; ya las putas no me alaban
ni me dicen que regrese
con sus camándulas alrededor del cuello
con sus talismanes de piedras negras
con sus movimientos lascivos cuando se ponen sus medias blancas o rojas, y sus zapatos ordinarios
cansados de atropellar la luz amarillenta y fría de las noches, con sus culos pesados sobre el catre.

Soy un marinero de piedra, en la piedra del muelle.
La ciudad ya me llega con su fuego,
con su sabor de tabaco y sangre seca,
con su ruido de mañana agónica.
La ciudad es una ramera que se muestra en la mañana
con lagañas y rubor descosido
y sus ojeras desconchadas de pulpo negro y pútrido.
La ciudad en la mañana
es una puta francesa pasada de tragos
y revolcada contra el catre del odio.


Soy un marinero de piedra, en la piedra.
Mi barco es de jade verde
mi cabeza de fuego marinero
ondula, brilla y se contorsiona
Como una bailarina de Benín.
Como un zafiro del Kurdinstán.
Como un Buda de Budapest.

Mi casaca de mar
azul, gruesa, y pesada
espera la tramontana y la tormenta.

Tomo mi café negro.
Es un momento de respiro…
una condición de fuego agnóstico.
Un nuevo despertar para salir del laberinto
hacia el azul del mar
en donde danzan versátiles dragones plateados.

En el puerto los hombres esperan la salida.
Hay un carguero que lleva azúcar a Liverpool
otro que lleva flores y trigo a Estambul y aquel que parte hacia el Egipto cargado de bombas y azufre.
Hace un sol que se deteriora hacia el medio día
en el meridiano de una carcajada
que se extiende como un arco de mongol mongólico.
De shaman pasado de visiones.
De yagué plagado de shamanes.
Pago con un tiquete; marco con una ficha;
sello con un trago; dejo atrás la pensión de barro y mugre
esa grosera caja de moribundos ebrios
y zarpo
con mi corazón
de obsidiana reluciente.
Con mi navaja
toledana afilada al alba
en tinta fresca,
como si acabase de enterrarse en la
costilla de un poeta simbolista.

“El marinero de piedra va con su equipaje,
no tiene un futuro cercano, solo una estrella, solo una estrella”.

Es un carguero pequeño
manejado por contrabandistas.
Me dicen que solo pagan 300 francos por mes,
pero la comida es buena.
Yo cojo mi pequeña tula y la tiro
por la borda.
Mi corazón parece un albatros.
Ya liviano.
Ya blanco.
Próximo a alzar el vuelo.
–“Firme aquí. Si le da la gana” –. Me dijo el capitán.
Y me regaló un poco de tabaco.




3


MUCHACHOS EXTRAÑOS





LA GUERRA DE JOE FERNANDEZ
(con base en una historia aparecida en prensa)


El muchacho dijo que iba para una guerra y se comió el sándwich.
Tenia la mirada rara y la sonrisa congelada.
La madre le besó y le despidió con una bandera de barras y estrellitas.
–“Que tengas mucha suerte hijo y que Dios te bendiga”– le dijo desde el porche y siguió limpiando su nueva nevera mientras lloraba.
Era viuda y se hacia la dura.
Pero lloraba,
secaba las lágrimas con su inmaculado delantal rosado.

El muchacho se presentó a un sector de la ciudad donde ya había comenzado el reclutamiento para la guerra.
Helicóptero…….
Barco……
Mar……..
Tormenta……

Le dieron algunas consignas y un par de gritos afilados como bayonetas.
Luego le tatuaron un código en el brazo y le colgaron una pequeña medalla de latón
por si su cuerpo, se perdía o deterioraba durante los bombardeos. Por si su cuerpo, se llenaba de arena. Por si su cuerpo, se llenaba de hojas secas y gusanos.

A él no le importaba todo eso, porque Joe Fernández estaba dispuesto a ganar la ciudadanía en el imperio. Sería respetado y los muchachos del barrio le admirarían y le tratarían con una camaradería, que pasaría, si señor, por el respeto y la admiración. Además, lo que le traía de rebote era la guerra. Disparar, matar, golpear. Ya desde niño, se había convertido en un arma mortífera. Había matado todos los perros de la cuadra y había roto la cara a todos los matones de la secundaria, en una especie de cruzada boxística.

Como se Había alimentado a base de comidas transgénicas y Macdonals,
Tenía buena talla y mucha grasa.
Y se dijo que perdería la grasa y se haría duro.
Acero y músculo.
Sangre y coraje.

II

A Joe Fernandez
no se le oía quejar del peso del equipo.
Ni de la noche helada, ni de la lluvia fétida,
Pero cuando comenzó la guerra,
y todo lo demás quedó en el recuerdo de su New Jersey
se dio cuenta que ya no había vuelta atrás
Luego llegó aquella emboscada...........
Disparó como una fiera a su alrededor para dejar su
pellejo en la refriega y juró vencer a como fuera.
Era de noche,
el combate había comenzado desde hacia 6 horas….
Sus compañeros de tropa iban cayendo uno tras otro
y gritaban llamando a sus madres, o a sus esposas
y cuando se quedo sin munición, ya herido…
Vio al que venía,
Un extraño delgado y cetrino
con cara de fakir asustado......
Traía un viejo kalashnicov checo en bayoneta
Y se acercó y le miró.........
Le miró largo tiempo bajo los primeros rayos del alba, hacia frió.
El extraño le quitó el arma con un movimiento rápido y doloroso y la cruzo sobre su hombro. Dio un par de gritos.
El extraño también estaba herido.
También estaba herido en una pierna.
Tenia frió y temblaba bajo un sol coronado de cobres rojos.
Le pregunto con un gesto: ¿Tienes cigarros?
Y Joe temblando le de dijo “si”
“Y también me queda un poco de agua” y se la ofreció al extraño quien le había hecho prisionero.
El extraño le dio la mano y le ayudó a levantarse.

Apoyados salieron de allí cojeando.
Prisionero y captor
Los dos
Heridos los dos.
Fumando los dos.
Casi juntando las camisas ensangrentadas.
el sol ya comenzaba a celebrar el día.

Joe no aguanto la prisión,....
estuvo a punto de morir,
cuando le rescataron
sus camaradas victoriosos,
estaba agonizando.

Pero pudo volver para curarse, cobrar la pensión, emborracharse como un cerdo y contar la historia.


LA ÚLTIMA BATALLA DEL JOVEN WALKER

De niño corría por los maizales dorados en la hacienda de mi abuelo en Nebraska......
Éramos una pandilla de chicos pecosos y rubios
Jugando a los vaqueros y los apaches entre las hojas verdes de las plantaciones.
Pantalones rotos, manos sucias, ojos azules en los
Atardeceres de tierras rojas y arcillas vegetales.......
Luego, en las noches, tarta de manzana y pop corns,
antes de ver al Laurel and Hardy en la Tv.
Había una pequeña capilla en las afueras del pueblo, yo a veces iba solo y entraba furtivamente por una rota ventana para contemplar la dulce y pacífica luz que se filtraba por la alta claraboya y permanecía allí horas en silencio dentro de esta arquitectura de madera blanca.
No sé por qué lo hacía.
Tal vez por esa magnífica paz, que suele dar al espíritu la espera en medio del silencio y ver a las palomas torcaces entrar a juguetear con los parches de luz.
Pasé la secundaria como cualquier hijo de vecino.
Tuve mi primer encuentro amoroso con Juliet a los diez y seis años
en el granero de su tío...
Toda ella dorada…
Toda ella azul…
Es uno de los pocos recuerdos que me quedan de aquella época.
Después entré a una ruidosa edad en medio de la cerveza,
el country, las motos y las peleas en las barras.
Rudos campesinos y vaqueros
que terminábamos los fines de semana
Compitiendo en carros destartalados y abollados por las carreteras del condado.

Pero se acabó la luna azul del verano y la gran planicie blanca del invierno.
Había crecido.
Tenía manos grandes y huesos duros.
Un par de cicatrices del rodeo
y los músculos elásticos de un gato montés.
Luego me llamaron al servicio militar obligatorio.
Intentaron llenarme la cabeza de gritos y de odio
y de paso aprendí a manejar algunas armas sofisticadas.
Fui aleccionado y entrenado para participar en una guerra en Centroamérica.
Aunque estuve en la retaguardia, me enteré de prácticas oscuras y sangrientas.
Vi el cuerpo de un campesino decapitado, y conocí a un tipo rudo de un escuadrón de tortura que me narró historias de odio y muerte.
(Por esas geografías había transcurrido también otro Walker.
Un antiguo y sangriento invasor
que había sido fusilado por los rebeldes de Sandino a principios del siglo pasado).

Un rió de sangre que no cesaba.
Que se bifurca en los manglares de la historia.
Que me aportaba imágenes antiguas de odio y violencia.

Cuando regresé, ya venía con una herida.
No una herida de combate.
Una herida dolorosa y negra. –Cicatriz que te marca y nunca restaña–.

Pasé un par de años en la pequeña granja que mi padre había heredado de su abuelo,
pero pronto me aburrí…
Era mucho azul añil sin boca, sin canción,
Era mucho maíz dorado en sol, hasta dejarme ciego,
Era el mundo lejano llamándome…
El salvaje beduino que había en mí
abanicaba con una cimitarra dorada y apretaba las mandíbulas.

Me despedí de Juliet (Era madre soltera, tenía un niño y lucia robusta).
Hicimos el amor con dulzura en las orillas del río
y dejé atrás su frente de trigal tostado y sus ojos de potrilla azul.


Tomé un barco y fui al sur.
Conocí islas y cordilleras magnificas.
Estuve en las selvas del Amazonas entre Leticia y Manaos.
Me fui curtiendo, y para sobrevivir trapicheé con algunas mercancías ilícitas
(debo decir aunque ahora no parezca romántico, que era solo para tener un poco de dinero con que moverme, quería recorrer mundo).

Después tomé una decisión importante y viajé al África.
En Egipto conocí las pirámides y tome una curda fuerte en Estambul...
Alguna gente hablaba de ir al país del Kurdistan
por unos cuantos kilos de Haschis.
Yo acepté y me fui con un grupo de aventureros y traficantes.
Cuando pasamos la frontera de las tierras de Marovia.

Me encontré con un cielo límpido y unas montañas de tierra roja imponentes y áridas.
Estuve mucho tiempo en aquella montaña con los ojos abiertos hasta que llego un hombre vestido de negro con un tocado rojo.

Y me habló.

El mundo no era como yo lo había pensado.
El mundo no podía ser un gran supermercado en donde se exhiban cabezas de hombres y mujeres y en donde se lavaban los errores con detergentes y astringentes para el alma.
El mundo tenía un significado sagrado y oculto que se estaba perdiendo bajo las llantas y las orugas del metal, se estaba borrando el verdadero camino.
Y arrojó al lago de la montaña una piedra y me enseñó el secreto de las ondas y luego el significado del vuelo de los pájaros.
Detrás de cada roca había una leyenda
en cada águila había una criatura,
y esa criatura era una, en comunión con Dios.

Fuimos a unos pueblos perdidos en las cordilleras de las rocas blancas
Los magos, los derviches y los juglares cantaban leyendas de antiguas gestas y héroes de la época de Alejandro Magno.
Los jóvenes se quedaban aprendiendo durante meses en las tiendas que los campesinos preparaban para ellos.
En esos cantos había algo más que folklore.
Estaba la luz de los antiguos.

Visitábamos aldeas fronterizas
y cruzábamos mercancías de signo dudoso sobre las noches de piedras somnolientas.

Me alejé de aquellos jóvenes maleantes y poetas
y me fui con los magos danzantes de la pétrea cordillera.
El mago de la tribu me ayudó a conseguir una casita en la montaña para vivir y hacíamos pan de trigo sobre una piedra gris.
Me alimentaba de leche de cabra y pescaba en el río.
Bailé una noche una danza giratoria hasta sentir en cada poro de mi piel
estrellas y galaxias y descubrí en los ojos de aquellos campesinos rudos una sabiduría de ojos despiertos y alertas. Ojos de criaturas eternas, tallados en la soledad de las escarpadas montañas.

Amé a una mujer de rasgos dulces,
besos de luna de cuajada helada y miel caliente.
Así que decidí adoptar sus costumbres; me hice uno más de su pueblo.
Era con ellos que estaba mi vida.
Me puse un turbante y unos pantalones de lona blanca...

Importaban más sus manos y sus ojos,
Su voz y sus raíces y su viento helado y su risa cantarina que cascabeleaba sobre las piedras.
Es verdad que eran rudos y castigaban con severidad el vicio y la corrupción en las ciudades; pero si comparamos y ponemos en balanza, en mi país también se castigaba con la muerte, el error, la raza y la pobreza.

El país que me había adoptado se vio abocado a una guerra absurda.
No tuve mucho tiempo para pensar.
Yo tomé las armas al lado de los que ya consideraba míos,
El país invasor era mi país de origen.
El poderoso imperio de la nueva era.
Los ancianos de la tribu me dieron a elegir con total libertad.
Yo asumí la guerra de los pobres de las montañas.

Venían bombarderos todos los días y arrojaban toneladas de bombas que mataban niños ancianos y mujeres
Nuestras ciudades fueron arrasadas en un acto de guerra de exterminio.

Nuestra columna de guerreros fue diezmada, al final se nos acabaron las municiones.

Fui atrapado y encerrado en un campo de prisioneros.
Nos daban orines en vez de agua,
y por las noches heladas nos apaleaban hasta el cansancio.

Ellos decían querer imponer la libertad,
y decían que pronto traerían la televisión y los supermercados
y que el hombre en democracia americana reiría y cantaría de alegría.

Nosotros moríamos como moscas, hasta que una noche nos sublevamos.
Éramos trescientos, nos levantamos como fieras enjauladas.
A mí me hirieron.
Cuando desperté, me di cuenta que habían matado a la gran mayoría.

Me interrogaron los soldados invasores...se dieron cuenta por mi acento que yo venía de una ciudad del imperio.
Me dieron la oportunidad de hablar o condenarme a la silla eléctrica.
Me llamaron apátrida y traidor.
Yo no tenía nada que agregar, yo no tenía nada que decir...me cortaron las barbas, raparon mi cabeza, sanaron la herida de mi pierna.
Me transportaron en un avión de guerra
Y luego a una prisión federal de máxima seguridad, cerca de un acantilado –no estoy seguro–.

Espero un juicio difícil, y seguramente una dura condena;
tienen en mi, a un chivo expiatorio.
En mi alma solo queda un silencio como de un valle o un río, una quebrada silenciosa, un viento helado de montaña.

Ya no veo a los pastores ni a los campesinos del trigo amargo.
Las cordilleras de las piedras del silencio azul.

El mundo se esta llenando de ruidos y voces
En la celda de al lado, un negro canta un gospel mortuorio.

Afuera, la ciudad en el desierto helado y giratorio,
iluminada esta para la muerte.



MUCHACHO GATO

Lo mío eran los tejados. Sobre las tejas de zinc o de barro.
Sobre las cubiertas de paja o madera, transcurría mi somnolencia iluminada. Y es verdad que desde hace un par de años ya no subo al tejado a fumar canutos y ver las estrellas. Pero recuerdo todo eso....Al principio estaba solo…
Y después éramos dos.
Luego llegó otro muchacho-gato de pelo largo, muy roquero, metalero y andariego que vivía en el mismo barrio Y comentábamos de muchachas y lunas, y mirábamos pasar asteroides y cometas. Vimos algunos eclipses en aquellas ceremonias.
Afuera la oscuridad era silencio, y a pesar de los gritos lejanos, no dejábamos este ritual de gatos enlunados, que repetíamos con cierta frecuencia semanal, después de los estudios.

Era, como pueden imaginárselo, asistir a una ceremonia de silencio, Azul o gris,” las luces titilan a los lejos” como en el poema de poeta aquel.
Teníamos agua y cerveza y trepábamos por aquellos tejados y esas terrazas sobre las laderas de la ciudad.
Abajo la ciudad ardía,
Si, era bulliciosa y ardía.
Los otros muchachos del barrio hacían fiestas y verbenas
Y nosotros mirábamos desde arriba
como siluetas que ondeaban bajo la brisa de los fuegos nocturnos.

Un día, uno de mis amigos llevó un arma,
y todo cambio.
La ciudad con su ira, se había manifestado a través de un talismán.
Había entrado en nuestro círculo de silencio y filosofía de las estrellas.

Fue entonces cuando bajamos de los tejados y las azoteas, creo que de allí en adelante, se perdieron los perfumes de la primavera.
Los mangos, los limoneros, los zapotes amarillos....
La ciudad nos engulló
con su ruido eléctrico y su vaho de motores
y en nuestras pupilas comenzaron a centellear
violentos rayos.

Los gatos negros habían muerto.
Habían dejado de brillar los cometas.
La ciudad se había extendido en su silencio
como un lago muerto
sobre el que flotaban serenas en su brillo sangriento, las últimas estrellas.



SEÑOR HERODES

(Ya lo había dicho José Manuel Freídell….. pero hay que volverlo a repetir.)

Señor Herodes:
van sus verdugos buscando a los muchachos del barrio....
Los sacan de sus sueños de hambre.
De la espera que se convierte en odio.
De la mirada roja
sobre los tejados de zinc reverberante...

Señor Herodes:
van sus sabuesos y sus perros de presa
tras la sangre fresca de los muchachos del barrio...
Arriba si, donde los buitres posados sobre las cuerdas extienden sus alas y hacen negra la sombra de los muertos....

Señor Herodes:
¿quiere usted proteger a estos extraños
de huesos largos y pieles de piratas metropolitanos?
Señor Herodes ¿quiere que salgan a comer de su mano y colocarles la soga al cuello?
¿quiere ver sus tostados y famélicos cuerpos colgando contra los muros
suspendidos contra el sol rojo de la tarde?.

Señor Herodes:
Usted que ha crucificado las manos y los brazos del que esgrimía un lápiz, un pan de trigo nuevo
un pedazo de tierra en la colina, mientras en vuestro castillo
los asesinos golpeaban duro en la madera.

no hay fuego
no hay hambre
no hay sed
“Muchos bastardos” según usted señor Herodes.

Con las manos tintas en sangre
levanta su copa
y brinda
arropado por los muslos de las cortesanas.
En la bandeja de plata
iluminada por los cirios de la ceremonia
ondula,
el rostro seco y mutilado
del joven profeta.
Señor Herodes:
¡¿Quiere que salgan a comer de su mano y ponerles la soga al cuello?!



LOS ÚNICOS
QUE SE ATREVEN A GRITAR,
SON LOS POETAS


“Pero el paso civil del poeta es el paso del huérfano".
Roberto Bolaño


Los únicos que se atreven a gritar son los poetas;
famélicos, sin guardaespaldas ni chalecos blindados
solo un terno raído con olor a naftalina.

Los únicos que se atreven a cantar son los poetas festivos, con restos de comida china en las comisuras y aliento de tabaco barato.

Los únicos que se atreven a danzar son los poetas expuestos, sin armas
con una paloma-palabra-desatada.
Una canción, un mantra,
que los mantiene girando sobre un punto de la aurora.

Los únicos que se atreven a estallar son los poetas
Kamikazes de luz;
pañuelo blanco inmaculado que ciñe la frente destinada al sacrificio.

Los únicos que se atreven a alunizar son los poetas, astronautas ebrios
dándose de bruces sobre el asteroide helado.

Los únicos que se atreven a
gritar bajo el cosmos
son los poetas
arribando en la balsa de la medusa
a las playas estelares de la utopía.

Los únicos que se atreven a volar son los poetas
desde las ventanas de los cubos de cristal y hielo
sobre la cuerda floja y en el centro de la arena;
sintiendo dagas- aspas-guillotinas
sobre sus cuellos de cisnes negros.

Cuando no,
chivos expiatorios.
Profetas flacos
secos sarmientos
de la rama dura del desierto.

Bufones ácidos ante la corte del sátrapa
sonrisa en los labios
las manos fuertes y las piernas rápidas.

No les pidan más oficio que este....
Hulmide oficio.

¡El más puro y necesario de de todos!



PULE UN VERSO COMO
QUIEN AFILA UNA NAVAJA



Pule un verso como quien afila una navaja.
Que su brillo se entinte de sabia
así como el acero se bautiza en la primavera de la sangre.

Pule un verso como quien afila una navaja.
Sóbale el lomo de plata, un pez grabado.
Desescámalo de la palabra pútrida.
Azótalo hasta dejar solo la pulpa
que pueda darse al hombre honesto.

Amólalo sobre la piedra negra
hasta que el silex
entre con sus miles de planetas en su brillo.

Para los otros…
Para los ungidos por la mano del clown sangriento.
Para los eruditos que fornican con las vacas sagradas.
Para los eunucos que abanican el harem del sátrapa.
Extiéndeles acero al aguafuerte
de tu poema afilado.

Pule un verso como quien afila una navaja.




4


DE LOS SENTIDOS Y LA LUZ




I
Sabor de sal
de un mar seco en los labios.
Palabra acantilada
que esperaba un sol perdido en la piedra.
Entre el poro del basalto y la dureza gris
afloraba la piel de la rémora, el musgo salino
vegetal cuidado, acunado, mecido por las aguas.

Antigua matemática de
piel de arena y de sandalias
de muchachos que corrían con un pregón
un grito azul de esperanza sobre el reino-eco del mundo.

Piel verde de un mar acariciado y perdido en la quemadura de un sol nuevo, detrás de las orejas sucias, sobre la espalda desnuda del atleta que contiene el aire y se zambulle, y luego es músculo, oxigeno, agua y peces veloces abajo.

Vamos navegando entre impresiones
entre cactus de espinas luminosas.
Escombros de Atlántidas cristalinas
que guardan una palabra frágil en un cofre de acero
que resaltan el perfil de un sueño o un naufragio.


Un nuevo firmamento
se desliza sobre la vía azul iluminada de soles
y las cabelleras doradas de los arcángeles ebrios.

II

Hemos venido navegando sobre un rió de cauce gigantesco.
Pieles de luz de plátano y aureola de palmeras
torsos de remeros negros
danzan sobre la madera y el agua
con un sincopado ritmo de trabajo natural.

Animal que danza y se recrea
que da un toque de tambor y una flauta dulce...
Todo parece estar alterado en un instante
La presencia del metal y el agua
la piel del leopardo
abanicando las hojas secas que limpian las arterias
y dejan dentro de los pulmones una algarabía verde
que respira en los manglares del mundo...

III

Habría renunciado a estar aquí
en esta ciudad de mecánica pesada
por mantenerse en ese salvaje estado de pureza
pálido puma mojado entre la maleza.
sin perecer un segundo en la calle
agitado sin respirar
caminando largo al ritmo de la multitud.
Se detuvo un instante y trató de encontrar una mirada
una boca, una frente, un aire de orilla fresca.
Pero solo era ese desenfoque, y ese ralentí de smog pesado y duro.
Y esas miradas de gasas que flotaban sin dejar pasar la luz.

Era de la luz de lo que se trataba...
Es de la luz de lo que se trata...

Algunas veces lo presintió y lo vio claro.
Al el escuchar algún canto quebrado adentro de la tierra
el vuelo enigmático de una nube
que emborronaba el firmamento con su algodón blanco y azul.


Con la cabeza tendida sobre la hierba…
¿Recuerdas hermano?
Niños en la sabana, la cabeza boca arriba, sobre la hierba
descifrando los símbolos aéreos del agua sublimada.


IV

Pasajeros de los sentidos somos
ahora dentro del ruido.
De la geometría de la maquina.
De las grandes y silenciosas poleas que nos traen y nos llevan, que nos introducen en los túneles
donde antiguas simbologías se nutren de sangre y muerte.
Y sientes entonces eso...
los olores fabriles
la grasa de las pieles en liquidación;
hombres y mujeres que ruedan con una estrella rota sobre el cuello
gorra seca de cal y la mirada cansada y roja.
Constructores de paredes y columnas
soñadores de poemas
maquis urbanos
que en sus melenas alborotadas
esconden sueños libertarios y poemas
no clasificados ni documentados.
También las tintas y el papel periódico
y las voces de los vendedores negros
que huyeron del exterminio
en las vastas regiones del corazón de las tinieblas.
Aceras
de jugadores, equilibristas y ruleteros contra un sistema que tiene poderosos representantes y ministros plenipotenciarios; y periódicos
lanzados con tinta hecha de muñones y sangre de niños.
Plomo derretido de bombas ligeras, precisas, indoloras.

V

El invierno en las mañanas
viene empapado de la oscuridad
de los pájaros negros
que revolotean como cuervos detrás de las fabricas delante de los espejos.
El exilio es un abrigo oscuro
con el puño adentro frió
y una carta arrugada junto al pecho...
Una carta que tiene los garabatos de un niño.
Caballito de batalla
y una casita amarilla y un sol que levanta los pistilos de las flores.

VI

Tu piel amada mía
huele a naranja fresca
y al recorrerla mi mano se alimenta de su luz
por la palma de mi mano entra la orografía luminosa que sube sobre la piel encabritada y luego salta al corazón abierto sobre un cielo de cobre viejo.
Cielo de usura y melancolía
que se desploma sobre tu nuca como la cuerda pesada de una estación de ruido eléctrico.

Sin embargo algo nos salva…

Por la ventana entra un rayo
que sabe a zanahoria…
Y tu beso de ciruela
sabe a sangre de luz…

Luz de sangre marina
para el bardo solitario…

Luz de zanahoria rosada
para la dentadura del idioma
y la lengua y los labios…

Y más luz para el estomago acostumbrado a una oscuridad de hambre de cieno.
Los dedos y la estrella de la lluvia
señalando un horizonte.

Más luz para los ojos
para la risa y la esperanza...

Por que de la luz es de lo que se trata.

VII

Habría sido mejor a este ruido sucio, de pistón, aceite y miedo...
el rumor de los ríos
de aquellas montañas reverberantes de mi juventud.

¿Recuerdan amigos?

Las excursiones al lomo de la madrugada
duras pantorrillas de andinistas iluminados
el cauce helado
la cima blanca y la laguna
el vuelo de las águilas arriba.
Nuestro cielo resistiendo siempre contra las corrientes.
Abajo las piedras, los cauces del agua generosa.
Las montañas sembradas de café
y los conejos y las ardillas y las tórtolas
revoloteando contra la hierva seca.

El aire
la respiración en fuego y los pulmones,
el vaso, el vino dulce alimentando el pecho
y las alas del gorrión metálico
aleteando en el esfuerzo de la montaña.
Y las manos en cuenco bebiendo de la fuente.
Y sentir que es la tierra madre nutricia
esa hermana
esa hoguera
ese poema
Por todos presentido.

Más luz...
más luz...
más luz...
Para tu rostro joven que espera inmortalizarse en un rayo de la aurora.

Por que de la luz es de lo que hablamos.

De la luz...
Espejo de cristal bruñido por un cielo gastado sobre la piedra estelar y este fuego de atanor ligero, en el que calcinamos nuestro espíritu,
nuestra historia
y nuestros sueños.



5


LA BALSA DE LA MEDUSA




I
¿Podremos intentar una canción?
¿Podría intentar una canción?
¿Un gesto de fuego, una metáfora de marinería?....

Los que esperaron barco en el muelle
una tarde galvánica picoteada de eléctricas gaviotas.
Los que cruzaron con la luna sobre sus espaldas ferrocarriles de hielo.
Los que se hundieron en el lago negro.
Los que saltaron el muro.
Los que chapotearon en las rutas fangosas del miedo.
Los que miraban detrás de las ventanas.
Los que bajaron las cortinas.
Los que sintieron el vértigo de la caída libre,
mientras sus alas
se encendían con el fuego de la estrella.
Los que se marcharon con el sol a cuestas.
Los que nunca regresaron.
los que perdieron la partida
la maleta y un par de zapatos.
Los que nunca creyeron que las cosas iban a cambiar.
Los que creyeron, y regresaron.
Los que quedaron a mitad del camino.
Los que llegaron tiritando con un sueño pálido
–papel desleído, palabras ateridas
sobre un pentagrama lluvioso–.
Los que fueron requisados y pateados
mientras se hablaba de “bondad” en los discursos.
Los que fueron escupidos y pisoteados.
Los que fueron vapuleados,
mientras otros robaban su cosecha de sueños.
Los que tuvieron que inclinar un poco el rostro
bajar el ala del sombrero
mientras las sombras duras del fuego, faroleaban
sobre los pozos de agua.
Los que cambiaban de estación
de anden, de cielo.

Los que vieron que las bombas eran nuevas
y con ellos, las estaban ensayando.
Los que se enfrentaron a piedra
contra el hierro y el metal.
Los que creyeron en la historia oficial
y muchos años después,
sus sueños fueron marcados por el hielo
–estatuas de sal, sonrisas de fuego–.
Cuando vieron la verdad, quedaron ciegos.

También
los que fueron tatuados, sellados, numerados
mientras hombres con cabezas de carretes metálicos y lenguas de celuloide,
bajo un foco amarillo proyectaban
películas en blanco y negro
para hacer reír a las masas.
En otras coordenadas
se encerraban campesinos orientales
en reformatorios de campos dolorosos,
Luego se hacían obras de teatro
que dejaban una sensación de humanismo
con las técnicas dramáticas del señor Aristóteles.

En sus particulares estados
repartían porra y fuego,
blindaban fronteras, fundaban frenocómios,
cotos de caza, túneles con extrañas inscripciones,
y mostraban un desliz filantrópico
sobre las tesis del señor Morguentau.
Los mismos que llamaron al odio y a la guerra en technicolor.
(leones esfumados contra las alas del silencio,
fuego, sobre ciudades de piedra
fuego, sobre ciudades vencidas
fuego, sobre ciudades calcinadas.)
Dos caras del mismo asunto
dos caras de la misma moneda.

Los que no tuvieron otra oportunidad
e hicieron de payasos y bailaron con violines
/sobre las vías ateridas de la miseria.
Los que se fueron adentro de las cuevas buscando pictogramas de tauróbolos celestes y danzas de piedra.
Los que cruzaron bajo alcantarillas,
casi ciegos
mientras afuera, el cielo y las constelaciones
se conjugaban en una danza hermosa.

Los que con el agua al cuello resistieron.
Los que bajaron de las montañas escarpadas
con frió de nieve en los ojos.
Los que perdieron el norte y estrujaron la brújula
hasta sentir en las palmas, las agujas sangrantes.
Los que esperaron detrás de las líneas una palabra de aliento,
Los que vieron amanecer,
bajo el alba dulce y sangrienta de gasas amarillas.....

Todos nosotros, y ellos también,
y los otros por supuesto.
Tres caras de la misma esfinge.

Navegamos a la deriva contra la tormenta,
después del naufragio
sobre la Balsa de la Medusa.

II

El que se opuso a los
Detentadores-patentadores de la historia.
El que confrontó el brazo secular.
El que alzó un telescopio para buscar la ruta.
El que ofrendó una palabra de aliento dentro de los escombros.
El que sembró una espiga.
El que puso un pez dorado
en la boca del ahogado.
El que coronó de flores la cabellera
de la muchacha Nubia.
El que sembró de estrellas
la cabellera de la ninfa boreal.
El que bebió de un pozo limpio en las estrellas
y señaló al fondo de la Vía Láctea.
Un lugar de nombre ignoto.
Puerto-Destino
para la balsa estelar.

III

Vamos a crear con pergaminos amarillos
un beso-collage
hecho de sueños compartidos....
Una imagen derrotero
hasta juntar todos los mapas que nos orienten
y hagan más amables
nuestros rostros en este desierto mar.

En estos tiempos de tormenta
¿Será posible convocar a las palabras?
Una poesía de marinería estelar,
¿o solo nos es dado escuchar, los gritos del naufragio?

IV

(Sueño-Pesadilla con Rimbaud)
Estaba allí sentado sobre un tronco de un árbol talado
como esperando que alguien le dijera o preguntara algo.
Después de todo él se había callado de muy joven
y se había muerto frió y redondo como un cometa fugaz.


Me acerqué le pregunté:
Rimbaud

que marchaste
detrás de un tanque de combate
mientras llovía, y se hundían tus rodillas hasta el fango;
mientras tu cara de joven poeta
era azotada por una bufanda helada de viento y ceniza.
Niño todavía
reías de los conejos asustados
que saltaban dentro de los bosques
hasta que caían las bombas...
Los muchachos
de no importa que uniforme; gris o azul
morían
mirando conejos destrozados
bajo un sol sangriento...
Tú,
Que viajaste hacia Bélgica y viste
El cuerpo del muchacho soldado
muerto en esa guerra, a la orilla de la carretera...
Dime Rimbaud…poeta muerto en la hermandad de la tormenta.
Señor de las semillas del viento
cosechador del fuego sacro.
¿En esa guerra lejana murieron tus sueños?
¿Perdiste el amor por la poesía y encontraste el camino de la locura?

Volteó a mirarme
–en sus ojos de estrellas heridas, gravitaba una danza pesada
y su boca era una piedra dura con la que se lapidan a los cantores inoportunos–.
Sacó un viejo revolver con el que me apuntó.
Sentí que era el final. Sin embargo le seguía preguntando en voz alta:

¿Será en esta guerra cercana
donde morirán nuestros sueños?
¿Podremos aspirar a ese surco
sembrado de semillas y estrellas
donde florezca la rosa planetaria?

Dime tú
marinero del barco ebrio -a-la- deriva...
Si dejamos que la nave naufrague
si dejamos
que la carta de marear sobre el cosmos
se llene de petróleo y ceniza.
¿Arribaremos a ese sueño,
que espera en la estación del tiempo?


(Esta nuestra tormenta...Esta nuestra guerra...
¿Tiempos de poesía?
¿Vano intento de la literatura?
Pero sin ella, instrumento viejo de la utopía
¿Qué nos queda? )

Rimbaud no responde. Guarda su viejo revolver en una funda de sobaco.
Rimbaud se ríe, con una carcajada etiope de cuervos negros
y se aleja cojeando, por un platanar anegado en sangre.

V

¿Pondré intentar una canción en medio de nuestro naufragio?
¿O será arrojada a la tormenta del silencio?
¿Una imagen?
¿Una voz?

La imagen que hace aguas,
la metáfora que se hunde.
Es una balsa la que ondula trémula
y danza sobre las olas.....
Marea buscando
una luz salvadora en la tormenta.
Una balsa, un brazo, un grito-meteoro
bandera empapada de huracanes.
Balsa de Medusa-Terra
sobre un mar de soles helados
bajo el cosmos de lunas blancas,
estrellas calcinadas, maderos mojados.
Balsa Terra-Medusa
qué se rompe sin sus remos primordiales
contra una tormenta de esmeraldas de hielo.

Sangre de estrellas heridas
que fluye hacia el firmamento.

No dejemos que naufrague la balsa.
Apuntalemos entre todos el mástil.
Que llegue sólida a las costas
ligera de temores y miedos.

Un hombre empapado grita
agitando un pedazo de tela blanca:
¡Más arena de nebulosas!
¡Más soles!
¡Un faro de constelaciones!
¡Más saetas de estrellas!....
¡Que tiritan los huesos,
que arrecia la tormenta,....
Que se hiela el alma!

¿Podríamomos intentar
una canción y una carta, que nos lleve de regreso?




PREMIO NACIONAL DE POESÍA 
REVISTA "PROMETEO" 
FESTIVAL INTERNACIONAL DE POESÍA DE MEDELLÍN 
2008